Pongamos esta situación: tu hijo pasa horas sentado en el escritorio, pero apenas avanza con sus tareas. Tal vez pienses: "¿Por qué no empieza de una vez?". Pero ¿y si no lo hace por pereza, sino que se trate de un síntoma de algo más profundo?
La procrastinación es, básicamente, evitar hacer algo que sabemos que deberíamos realizar. Es algo muy común que, en mayor o en menor medida, nos pasa a todos. Hacer facturas, limpiar el polvo, responder emails... Cualquier tarea que en el fondo no queremos hacer es susceptible de ser postergada.
La procrastinación surge de la incomodidad o el dolor psicológico que provocan ciertas tareas, lo que nos lleva a evitarlas. Este dolor surge cuando percibimos estas tareas como desagradables, a menudo porque parecen abrumadoras, aburridas o emocionalmente exigentes.
Muchos estudiantes sufren sus consecuencias: estrés por no haber sido capaces de empezar hasta que se acerca la fecha de entrega, frustración por pasar mucho tiempo delante de los libros, pero distraídos sin avanzar o culpables por estar descansando por ser incapaces de afrontar esas tareas que tanto les cuesta.
Entender las causas fundamentales de la postergación puede ayudarte a empatizar y apoyar a tus hijos. Tus hijos no están evadiendo sus responsabilidades a propósito, no son vagos por naturaleza.
Veamos cuáles son las verdaderas causas de la procrastinación:
Miedo al fracaso: evitan las tareas para escapar de la posibilidad de críticas o rechazo.
Mentalidad fija: creen que sus habilidades son estáticas y que los errores revelan su incompetencia.
Perfeccionismo: temen cualquier cosa que no sea un resultado perfecto, lo que les impide empezar.
Baja autoestima: vinculan su identidad y su valor a su desempeño.
Muchos estudiantes postergan tareas por miedo, no por falta de motivación.
Imagina la lucha interna a la que se enfrentan:
Vinculan su autoestima a su desempeño académico.
Quieren tener éxito, pero les aterroriza cometer errores.
Se sienten abrumados por tareas que perciben como aburridas, difíciles o imposibles.
El miedo al fracaso (como cometer errores y recibir críticas) puede amplificar esta respuesta. De manera similar, la sensación de estar abrumado por las responsabilidades o el miedo a quedar aislados y privados de tiempo de ocio, descanso y relajación, pueden exacerbar la evitación. En respuesta, nuestro cerebro emplea la procrastinación como mecanismo de defensa, desviando la atención hacia actividades más placenteras o menos amenazantes para escapar de la incomodidad percibida asociada con la tarea.
Este miedo conduce a un círculo vicioso:
Comienza el conflicto: se sienten divididos entre quienes creen que son y quienes creen que deberían ser.
Aumenta la ansiedad: creen que trabajar más duro solucionará el problema, pero se sienten paralizados por la necesidad de perfección o por el rechazo a la tarea indeseable.
Aparece la procrastinación: para evitar estos sentimientos negativos, se escapan a actividades más placenteras.
Aumentan la culpa y la presión: al darse cuenta de que han evitado su tarea, se sienten culpables, lo que solo aumenta su estrés.
¿El resultado? Un ciclo que se repite y se refuerza, dejando a su hijo con una sensación de estancamiento y derrota.
La buena noticia es que la postergación no es un rasgo permanente. Con las herramientas adecuadas, sus hijos pueden liberarse del ciclo y desarrollar mejores hábitos.
• Es importante hacerles saber que la postergación es común y tiene solución.
• Comparte historias personales sobre tus propias luchas con la procrastinación para normalizar sus sentimientos y experiencias. Así se mostrarán más abiertos y receptivos.
Mensaje ejemplar:
"Sé que los estudios pueden volverse agobiantes, yo también he pasado por eso. Podemos resolverlo juntos".
• Pídeles que lleven un registro de actividades donde apunten durante una semana lo que hacen en cada momento del día y el tiempo que le dedican a cada actividad. Permíteles registrar cómo pasa su tiempo sin juzgarlo. Pasada esta semana, podréis saber analizar con claridad dónde se está perdiendo tiempo y en qué, es decir, cómo y cuándo procrastinan.
• Os será de gran ayuda categorizar las actividades según su prioridad (A: Muy importante, B: Importante, C: Poco importante). Además, podéis marcar en verde las tareas que querían realizar y finalmente completaron y en rojo las que no completaron y las que fueron sustituidas por otras.
• Con esta información, estaréis mucho más preparados para llegar a una solución que trate de atajar el problema para intentar que no vuelva a ocurrir. Podéis seguir este ciclo de experiencia para romper con los malos hábitos pidiéndoles que reflexionen sobre las siguientes cuestiones:
Experiencia: ¿Cómo ha ido la semana? ¿He conseguido lo que me proponía?
Tiempo: ¿En qué invierto mi tiempo?
Actividades: ¿Qué actividades priorizo?
Pensamientos y emociones: ¿Qué pienso y siento cuando me enfrento a la actividad?
Conducta: ¿Qué y cómo lo hago? ¿Estoy satisfecho con la realización de la tarea?
Hipótesis: ¿Qué podría hacer para hacerlo mejor la próxima vez?
Posible solución: ¿Cómo puedo evitar procrastinar la próxima vez?
Puede que no resulte sencillo establecer estrategias efectivas, así que veamos a continuación algunas herramientas que podéis utilizar.
La procrastinación, a menudo surge al considerar las tareas como aburridas o abrumadoras. La clave es hacer que estas actividades se perciban más significativas y agradables.
Alinearse con los intereses: tratad de conectar el trabajo académico con las pasiones de tu hijo. Por ejemplo, si les encanta el arte, sugiere crear dibujos como parte de sus notas.
Enfatizar las metas personales: anima a tu hijo a pensar en lo que quiere lograr por sí mismo, en lugar de centrarse en las expectativas externas. Cuando ven el valor personal de una tarea, la abordarán con más entusiasmo.
Mensaje ejemplar:
En lugar de decir: "Tienes que hacer esto para evitar malas notas"
Mejor: "Piensa en cómo dominar este tema podría ayudarte a dedicarte a lo que te apasiona en el futuro".
Neil Fiore sugiere pasar del refuerzo negativo a incentivos positivos. En lugar de presionarlo con consecuencias, enfócate en los beneficios y recompensas de completar la tarea.
Encontrar su "por qué": ayúdalos a descubrir razones significativas para terminar una tarea, como mejorar una habilidad que valoran o sentirse orgullosos de su esfuerzo.
Celebrar el progreso: reconocer cada paso que den, por pequeño que sea. El refuerzo positivo genera impulso.
Mensaje ejemplar:
“Piensa en lo mucho que podrás aportar con tu trabajo cuando aprendas esto. Serás un gran profesional.”
"Una vez que termines tu tarea, podemos celebrarlo con una buena película".
"Imagínate lo bien que te sentirás cuando esté hecho y veas todo lo que has aprendido".
Demasiado foco en el trabajo puede hacer que las tareas parezcan aisladas y abrumadoras. Bloquear tiempo para trabajar en nuestros proyectos prioritarios está muy bien, pero no podemos olvidar que el ocio, la diversión y el descanso también son una necesidad y que debemos priorizarla de la misma manera.
Horario sin culpa: gracias a establecer un horario en el que pueden visualizar que todos los días tienen asegurados periodos de ocio con actividades que les hacen sentir bien y relajar la mente, permite que pierdan el miedo a la abstinencia, porque les asegura que después del esfuerzo siempre tendrán tiempo para reponer energías y reducir la carga mental que produce el trabajo enfocado.
Los proyectos grandes pueden paralizar a tu hijo con miedo al fracaso o abrumarlo. Ayúdalos a dividir las tareas en pasos más pequeños y viables.
El método de fragmentación: dividir las tareas en partes que puedan completarse en 15 a 30 minutos con objetivos claros. Esto no sólo reduce el estrés sino que también les da una sensación de logro después de cada paso.
Herramientas visuales: utilizar calendarios, listas de verificación o aplicaciones para delinear los pasos y realizar un seguimiento del progreso.
El miedo a cometer errores a menudo conduce a la procrastinación. Ayudar a tu hijo a replantear cómo ve los errores y a desarrollar su confianza en sí mismo.
Normalizar errores: recuérdales que todo el mundo falla y que cada error es una oportunidad para aprender.
Fomentar el optimismo: enséñales a reemplazar los pensamientos negativos con afirmaciones positivas.
Mensajes ejemplares:
"Puede que todavía no lo entiendas y te sea incómodo, pero es necesario para aprender y mejorar".
“Nadie lo consigue perfecto la primera vez. Lo importante es que lo intentes”.
Un fuerte sentido de autoestima les ayuda a enfrentar los desafíos sin miedo. Utiliza mensajes afirmativos para desarrollar su confianza y fomentar la resiliencia.
Mensajes para generar confianza:
"Estoy orgulloso de ti por hacer tu mejor esfuerzo".
"Tu valor no está ligado a tus calificaciones, lo más importante son las ganas que tienes de aprender".
Mensajes para fomentar las ganas de mejorar:
"Cada paso que das te acerca a tu objetivo".
"Puedes resolver esto; cada problema tiene una solución".
Anima a tu hijo a llevar un diario donde pueda explorar los factores desencadenantes de la procrastinación. Al identificar patrones, obtendrán información sobre lo que le está frenando.
Preguntas para la reflexión:
¿Qué siento cuando evito esta tarea?
¿Qué pequeño paso puedo dar para progresar?
Esta práctica desarrolla la autoconciencia y permite romper el ciclo de procrastinación.
Una nota final
Ayudar a su hijo a conseguir sus objetivos académicos no se trata de presionarlo más, sino de guiarlo para que encuentre significado, equilibrio y confianza en su trabajo.
Al utilizar estas herramientas y abordar las tareas con empatía, no solo los ayudarás a desarrollar mejores hábitos, sino que también fortaleceréis vuestro vínculo.
Celebrad cada pequeña victoria y tus hijos comenzarán a ver crecer su potencial con cada paso adelante.
Recuerda: el objetivo es el progreso, no la perfección.
Una experiencia personal: La profecía autocumplida
Muchos decían que era un vago mientras sufría cada día por no estar haciendo mis tareas escolares.
Me llamaban vago y tenía pesadillas por no entregar los ejercicios que me mandaban en clase, todos se burlaban de mi o los profesores me echaban la bronca.
Me llamaban vago y cada minuto de ocio me hacía sentirme culpable por no estar estudiando.
Me llamaban vago y era el que más tiempo dedicaba en el estudio, aunque pasaban las horas y quedaba atrapado en distracciones que me impedían avanzar.
Así que si me llamaban vago y mis resultados académicos indicaban lo mismo, sin duda lo era.
*Cuando alguien es constantemente etiquetado como 'vago', interioriza este mensaje hasta tal punto en que lo adopta como propio y termina comportándose como tal; confirmando así la expectativa de aquellos que le etiquetaron equivocadamente.